martes, 24 de febrero de 2009



PAISAJE II
DESIERTO DE MUJER

Su Voz:
Dos sensaciones conviven,
Permanentes habitantes
de este desierto en paisaje.
Que en el día, arenas en brasas,
acaloran antorchas
moviéndose en llamas invisibles.
Y en las noches…
Cada noche.
La soledad las torna hielos,
nieves, escarchas frías de
ausencias anunciadas.
Inhóspita noche de desiertos;
Que, a ojos abiertos,
esperan al sueño.
Sin embargo, aun entre fríos y fuegos,
un oasis, espeja en aguas los deseos.
Manantiales de dentro que salen,
en gotas benditas de, elixires vivos.
Reviviendo al extraviado caminante
que, tiritando abreva,
en tanta vida, en semejante páramo.
De día, abraza la vida.
De noche, congela sus lunas.

Los sentidos, se agolpan
en semejante destino.
Se abrazan, se cobijan
en parajes desérticos y fríos
El astro rey, cálido, resplandece.
Un rayo de luz, funde sus ejes,
cegando el iris cristalino.
¡No te vayas! ¡No me dejes!
¡No, te alejes!
La piel sudorosa, goteando sales.
La boca sedienta, de azahares.
Perdido caminante qué, agónico,
confunde arenas por caudales.

Pero aún no es el momento.
Tomará jugo de sus propias sales
y al viento, le robará el aíre.
Ellos calmaran su ansia, mientras
renacen más fuertes, los deseos
.
Y ahora cerca, y ahora lejos.
fugitivas palmeras del desierto.
Tan firmes y arraigadas; que rozan
el firmamento.
Acercadme, un pedacito de cielo,
un lucero que alumbre y relumbre,
tan oscuros anocheceres.

Mí Voz:
Tormentoso desierto de viento y arena
que cambia paisajes en la luna nueva.
Dunas y meandros, colinas, estelas…
Se esfuman de golpe, pisadas y huellas.
Y ahora cercano y ahora en lejanía,
espinosos cactus, sangran heridos.
Espejismo en la llanura que refleja
el rostro y figura de la cantarera.
Sedienta de gritos que la reclamen,
néctares jugosos de sus azahares.

Su Voz:
Tendida en medio del desierto.
Vacía por fuera, vacía por dentro.
Preguntándose cómo, llegó aquí.
En que momento de su existencia,
tomó, este árido camino de soledad.
El dolor bloquea la mente, ni frío
ni caliente, nada, nada siente.
Quiere avanzar, pero no puede.
Quiere llorar, pero no debe.
Quiere volar, pero no se atreve.
Ni siquiera los versos, la conmueven.

Cuanto durará, el temor que hiere.
Inmensa plaza de arena, sin diques,
ni muros, sin burladeros, ni graderíos.
Toros fantasmas, negros, bravíos,
que embisten, cornean y duelen.

Mí voz:
Tanta plaza para tan pequeña coraza.
Tantos gritos sordos que, turbando miradas,
dejan caer banderillas que no se clavan
en el fantasma bruto, que burla y burla,
esta corrida de suertes y duendes.
De pronto un silencio en silencio.
Desierto que agiganta desiertos.
Arena que esparciendo arenillas,
hieren los ojos, que bajan miradas.
Que el salto grandioso del viaje soñado,
se nubla difuso y confunde al viajero.
Que por desierto, es peligroso.
Que por océano, es un abismo.
Que la propia espada;
Se clava en el mismo cuerpo.
Y yaciendo herida se queja en silencios.
Hilillo de sangre, que moja la arena.
Que, se escapa la vida.
Que, se evapora el aliento.
Que, el suspiro es espina.
Y desangelada soledad
pisotea la rosa
tan roja…tan blanca...tan peregrina.
Sonríe la mística heroína;
Que una sola decisión,
pudo más que mil corridas.
No está, muerta en vida,
quien con capote de versos
y acero templado en caricias,
salió a la corrida de la vida.
Saludando en vítores,
en andas de sus propios miedos.
Que orejas y rabos negados
le abrasan, tan digna.
Acallando a la turba
necia y egoísta.
Que le decían cadáver
a quien, en su mismo desierto
despertaba florecida.

Su Voz:
Otra vez, sus gritos airados.
Rogando, ser escuchados.
Que ya, no puede seguir así.
Este silencio, la está matando.
Este callar, lo que va penando,
tal vez mañana, sea tarde ya.
El polvoriento camino, la ciega,
ahoga sus gritos, sus palabras.
Mancha, asfixia y envenena.
Qué cruz, qué dolor, qué pena.
Que a nadie culpa de su condena.
Que ruega y ansía, su libertad.

Quiso volar, con sus alas rotas.
Tal vez, en un último viaje…
Reposar en el nido, tomar aliento
y volver, soportando, su destierro.
Torpe avecilla qué, sin emprender el vuelo
la voz de la conciencia, estrelló su cielo.
¿Que pretendes, pequeña y herida gaviota?
Jamás, podrás remontar el vuelo.
Nadie te sueña, ni espera, ni arropa.
Posa en la arena, vuelve a la sombra.

Vencido el ánimo, decae la rosa.
Nacida, en tierra seca y pedregosa.
No es roja, ni blanca, ni hermosa…
Sedienta de raíces que acojan,
pétalos decadentes, marchitadas hojas.
Campo desértico que abre la fosa
a quien se inhibe y arroja.

Mi Voz:
Hombre bruto que, allí la veis.
Sentada junto a esa ventana.
Tan educadamente vestida…
¿Conocéis mejor ahora,
el Sahara, de la dama?
Grano a grano, sembraste arenas
que surcos áridos abrieron,
haciendo perder las aguas
que secaron sus entrañas,
tanta sequedad de mal sabor
descomponiendo perfumes
en quiebres de labios mordidos;
exprimiendo las gotas vespertinas
de aquellos rocíos, juveniles.
Manantiales de sus entrañas,
flacos huesos tan quebrados.
Osamenta que es despojo
de machos buitres, infieles,
que a fuerza de picotazos,
carne tan pura humillaron.

Hombre necio, hombre bruto
que de este paraje hiciste
testigo feroz de tus andanzas.
Dando fe de tus obras,
Tan sucias...tan malas…
No quites ahora tu vista,
de esa dama, en su ventana.

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