UN ADIOS DE
POETA
Lo veo morir
y me estremece
su pasiva actitud
Su pulcritud, negando
su presencia
indemne
bajado de la
cruz.
Lo veo morir
y ya no
sé si duele
o, es lastimero
este reguero
de sombras y
de luz.
Qué pasó, qué
fue de aquel
bardo poeta
de su humana
senectud
Le cerró la
puerta a la
vehemencia
Clavó puñales en
lo más profundo
de un alud
Rastrero,
cobarde y justiciero
Mató a traición
hasta su ego
No supo medir
lo intempestivo
de su acritud.
Lo veo morir
y no lo
reconozco en este
duelo
Ignoro qué extraño
ser infranqueable
se ha quedado
ahí
En un féretro
de agudas espinas
de hierro filoso
que permite que
sangren estos ojos
cuya infinita ternura
ha tocado a
su fin.
Si es verdad
que el tiempo
todo cura
Si es verdad
que aquél delirio
fue locura
Si existe la
esperanza ante la
duda
No ha de
quemarme su lava
En lo abrupto
de su volcán.
Comienza pues el
principio del fin
en este duelo
preciso y notorio, enlutado y
servil.
Un adiós pernoctado
ya sin pena
ni gloria
un adiós que
redime esta pena
causal
por un poeta
moribundo
que alguna vez
fue leal.
Raquel Herrero
No hay comentarios:
Publicar un comentario