No, ya no
me llama, escribirle
al amor en
su agonía
en esa súplica
perenne, en su
constante mentira.
No, ya no
me llama el
sufrimiento, ni el
cruel tormento
padecido por ese lance feroz
de aquel que
nunca quiso
saber de lealtades
ante un inmenso
amor.
No seré yo
quien desgarre vestiduras,
ni voltee esa
locura
de amarrar a
un Ruiseñor que
ante las dudas
dejaste encadenado,
pernoctando en su
prisión,
agitando sus alas dolorosas, víctimas
de una traición.
No, no seré
yo, quien espere
de perdones acerados
que mancillaron nombres
sin ninguna compasión.
Las heridas profundas
que ya se
han desangrado
no permiten la
huida, ni el
olvido, ni la
falsa concesión.
Hay un grito
inexplicable, un quejido,
un cruel aguijón
clavado en el
alma de quien ama, tan
solo ama
y tan solo
reclamaba un pedacito
de amor…
No, ya no me llama,
describir fidedigna su
piel nacarada,
sus senos erectos
y, esa almohada
humedecida de tanto
deseo y de
tanta lágrima.
Ya no me
llama ese recorrer
los tajos en
arroyos nacientes
impregnados de vigilia…
noches de lujuria
viva y ardiente.
No, ya no
me llama ser
pasto de las
llamas;
ni subir a
campanarios rogando escuches
mi llamada.
Mil veces perdida
en laberintos, mil
veces añorada.
Mil veces te
hablaron mis ojos,
mil veces tu
mirar callaba.
He trasformado la
jauría de tus
nombres
en dársena fortificada,
donde solo fondeará
mi espejo,
mi cuerpo desnudo
y mi alma
liberadas.
Raquel Herrero
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