PATOLOGÍAS DE LA MENTIRA
Expresiones como: “Odio la mentira”, “Yo nunca miento”, “Prefiero la verdad a la mentira, por mucho que me duela”
Son afirmaciones de uso cotidiano…sin embargo podríamos decir qué en las mismas no existe una verdad absoluta.
El ser humano desde la edad temprana, siendo aún infante, comienza sin comprender exactamente su significado, a mentir.
¡No mientas!, nos dicen los mayores, ¡dime la verdad!...
El niño, percibe el estado del adulto, lo mira a los ojos, verifica sus facciones, sabe que hizo algo que puede costarle un castigo, una reprimenda, un azote, una bofetada, inclusive una paliza, dependiendo de la tolerancia y comprensión de aquellos a los que evidentemente siente como superiores. Lo que hizo no fue intencionado…no quería romper ese jarrón tan caro al que su mamá le tiene tanto cariño. Tampoco quería romper el cristal de la ventana, ni ensuciarse tanto con el chocolate… Él, ella, tan solo estaban jugando y de repente algo paraba su juego. El estruendo de aquél objeto destruido o esa camisa limpia, impecable con la que en breves minutos saldría a la calle, o la llantina de un hermano menor al que no le habíamos permitido quitarnos el balón…Son ejemplos de situaciones normales que se dan en la infancia, pero qué para el niño se magnifican cuando los progenitores se asoman y nos miran de ese modo tan extraño, desaprobando nuestra conducta.
Entra de lleno el temor a nuestro cerebro, el latido se acelera, las manos y la voz nos tiemblan…el mecanismo de defensa bulle incontroladamente y nuestra reacción primigenia es mentir. Mentir para evitar a toda costa el enfado y sus consecuencias.
¿Podríamos decir entonces qué la mentira es una reacción del subconsciente, cuyo mecanismo está provocado por el temor?
Siendo así, se podría afirmar la procedencia o cuando menos el origen de la tan traída y llevada mentira sin que en ello existan indicios de culpabilidad conscientes, no al menos en sus orígenes.
Qué hubiera sido de la mentira si la reacción (causa, efecto) hubiera sido otra.
En el ejemplo de los niños, siempre considerando su inmadurez e inocencia, previa al desafío que resulta la vida y mucho más la convivencia con familia y sociedad. Encontramos factible un cambio de conducta en aquellos que nos protegen y educan.
Un cambio de lenguaje y de gestos serian seguramente los condicionantes de la posible no mentira, evitando a la vez el tan desagradable sentimiento de culpa y el propio temor que paraliza o confunde nuestros pasos de manera altamente nociva.
¿Qué ha sucedido mi niño…estás bien, te has hecho daño… cómo ha sido para que se rompiera el jarrón?
Nuestro empeño en hacer que todo resulte natural, nuestro empeño en mostrar al niño que nuestra prioridad está basada en su bienestar, aportándole serenidad y consuelo a su posible disgusto y, o, susto por lo sucedido. Darán como resultado un diálogo basado en la confianza donde el menor se hará cargo de sus actos sin que por ello suponga trauma alguno al punto de tener que mentirnos queriendo evitar un castigo, que quizá sea inevitable, y no resuelva nuestro conflicto interior.
La mentira pues, no formará parte de su formación que deberá de ser continuada y sostenida con el tiempo y el entorno donde se desarrolle su crecimiento.
Son pocos los estudios que he encontrado dedicados al tema que nos ocupa. Aunque sí hay publicados algunos libros cuya protagonista principal es la mentira, como por ejemplo: La Psicología de la mentira por José María Martínez Selva. (Elche, 1955) Catedrático de Psicobiología en la Universidad de Murcia, donde es profesor desde 1978 de Psicofisiología y Psicología Fisiológica. Cómo detectar mentiras de Paul Ekman (Washington, 1934) psicólogo norteamericano experto en el estudio de las emociones y fue profesor de Psicología de la Universidad de california, en San Francisco, puesto del cual se jubiló en 2004. Además ha sido asesor del Departamento de Defensa de los Estado Unidos y del FBI. Se le ha concedido en tres ocasiones el Premio a la Investigación Científica del Instituto Nacional de la Salud Mental. De cualquiera de ellos extraeremos seguramente nociones sobre la misma y ejemplos múltiples de esta fusión perenne del hombre con el engaño o la mentira.
Todo acto (digamos erróneo), tiene sus consecuencias dependiendo de la gravedad del mismo. Quizás por ello se ha intentado clasificar la mentira en base a la importancia de la misma.
Hay mentiras inocentes, (mentira de niño), hay mentiras piadosas cuya finalidad es evitar (o eso se pretende) un daño al otro, o un mal mayor al que sabemos de fijo ya se ha creado. Evitar, mintiendo, que un conflicto se agrande descubriendo al autor o autores del mismo. Creemos en nuestro interior, que esa mentira por ser piadosa nos libera de la culpa y nos exime del hecho reprobable, de haber cometido esa falta, ese engaño.
Hay mentiras trasgresoras, meditadas, estudiadas a conciencia que son usadas para propio beneficio. Sabemos que con una mentira podremos sacar provecho de algo que nos interesa obtener y omitimos la verdad o la camuflamos con la finalidad de salir victoriosos de cara a nuestros intereses personales. No hay coacción, (nadie nos obliga) Sin embargo lo usamos como complemento para alcanzar nuestras metas.
Los ejemplos serian múltiples. Desde la negación a haber copiado en un examen, hasta el fingimiento de nuestras cualidades o méritos para (por ejemplo) obtener un trabajo, un favor, una pareja, un crédito personal…
Obviamos que la mentira pueda ser descubierta, inclusive en caso de.- “Ser descubiertos”, tenemos por costumbre y en prevención de lo que pueda suceder, otra mentira que cubra o nos libere de la carga de la primera. Y esto sucede así cuando por sistema hemos adoptado la mentira como referencia de nuestro caminar dando pasos de gigante si es posible para, como ya dijimos conseguir nuestras metas.
El que más y el que menos hemos hecho uso de la falsedad o la mentira aunque no siempre somos conscientes de ello o no le damos la suficiente importancia. La mentira está establecida en nuestra Sociedad lo mismo que cualquier otro enser o utensilio que nos facilita la vida y la convivencia. Estamos adaptados a su existencia y precisamente por ello nos pasa desapercibida, como que nada tiene que ver con nosotros, cuando es evidente su uso de manera cuasi permanente.
¿Puede la mentira convertirse en nuestra sombra, pegarse a nosotros del tal modo que nos resulte imposible deshacernos de ella?
El apego a la misma puede pasarnos factura cuando existe una adicción que nos impide ser sinceros, esté en juego o no algo que lo motive.
Mentirosos patológicos, así se denomina a quienes son o se sienten incapaces de entablar un diálogo sin que medie en algún momento una fantasía no estudiada que surge espontánea y que no tiene más sentido que alimentar la gula de su creador.
A ellos les cuesta mucho reconocer esa mácula que los cubre. Está tan arraigada desde sus orígenes que ellos mismos acaban creyéndose sus propias fantasías, mentiras o divagaciones.
Difícilmente cambiarán su actitud, pues en principio desconocen la gravedad o el perjuicio que pueden trasmitir a otros. Lucharán impávidos contra la desconfianza que provocan sin llegar a sentirse culpables de sus actos.
De manera curiosa incluso la mentira nos sirve para conocer la verdad; para desenmascarar al mentiroso…, cuando la evidencia muestra que ambos estamos cometiendo la misma falta o estrategia.
Conclusión:
¿Qué es la mentira, una carencia afectiva, un fraude, una estrategia, un hecho deleznable, un escudo que evita raspaduras incomodas, un método rudimentario que protege nuestra intimidad. Un error de aprendizaje que nos cuesta desaprender..?
Miénteme, con ¡honestidad!
Raquel Herrero